jueves, 11 de noviembre de 2010

Espiral

El cuerpo como capullo. Rígido, los ojos abiertos -quizá cerrados- entre el pecho y el techo de la habitación un elefante transparente se sienta. El miedo de no poder dejar de ver. La respiración cada vez duele más. La casa de la esquina es la primera, están en la barda se ríen frenéticamente directo a la ventana, en el balcón del vecino dos niñas se abrazan y sonríen por igual. Ya recuerdo a la anciana adherida a los barrotes de la cochera en busca de algo que la saque de ahí –un saludo quizá. Cada vez que lo piensa el miedo se convierte en terror. “No el que quiere” piensa y se da cuenta de que crecen y se multiplican, están en cada una de las de la calle en penumbra. Se abre la puerta, es ella, la madre. Llama al médico, el de su confianza, algo podrá hacer. El terror se disfraza de angustia, ella conoce su especialidad.-otra vez no- piensa y sigue mirando por la ventana. Hay un segundo en que ya no se cuestiona si están o no, lo sabe, están ahí, ahora el pánico es que estén ahí, viéndola en esa ventana desnuda de cortinas, donde lo privado se vuelve público. Donde ella no es más que un animal en exhibición. Los miedos a pie de balcón.


-¿Los ves, mamá, los ves? Mira: allá en la esquina están dos riendo y brincando, en la otra ventana es una sola viendo directamente. ¡Mamá! Están en nuestro balcón, las niñas, dime por favor que tu también las ves-


-No, no las veo-


El temblor crece cada vez más, esa era la única respuesta que no quería. El rostro con la tristeza de quinientos pueblos se dibuja en la madre.


-Lo que pasa es que tiempo atrás ya me habías contado de esas dos niñas en la ventana, cuando eras niña tú-


La mirada fija en el balcón, las niñas no se han ido. El dolor, el pánico, la respiración, por favor que me traigan de vuelta.


-tengo mucho miedo- pronuncia y no sabe más si fue ella o la otra la que lo dijo.