miércoles, 22 de julio de 2009

Común y Cación



El diván está puesto, no para ti. Te postras, abres la boca y empiezas a escupir todas las idioteces que se te vienen encima. Y las veo como te trepan y veo que quieren trepar en mí.
-Tengo tantas ganas de mear…- pienso mientras continúas el monólogo.
Crees que eres gracioso y los nervios te comen –nada más patético que un hombre queriendo encajar-.
No, aquí ya nada se puede encajar.
-Si, yo soy un luchador, un loco, un perseguido- dices mientras yo pretendo escuchar y veo como se mueve la hierba.

Es tan sencillo fingir prestar atención, a esos que mueren por hablar que hablan y sus bocas se agigantan, que creen saber estar.

-Tengo tantas ganas de sentir su cuerpo- a lo lejos tu chillante voz.
Entonces me ves directo a los ojos – ¿te gustaría tomar un café?-


-Lo que me gustaría sería dejarle penetrar . me-

Te miro directo a la oreja –Claro, otro día será- y sonrío educadamente.

Terminas, y te vas satisfecho de la gran plática que acabamos de “crear”.

sábado, 4 de julio de 2009

Otro tiempo

Toda la atención de tus comisuras se vuelca a mis palabras. Cierras los ojos y escuchas, te vas conmigo a estos lugares, tus piernas responden, tus manos no duelen más.
Aquí, en este lugar, eres joven de nuevo, un joven bastante apuesto, podría enamorarme de ti.
¿Te enamorarías de mí?

Te contaré de la tierra que tiembla bajo tus pies.

Has viajado tantos años entre tinta. Saltemos, somos inmortales.

Me recuesto en tu hombro, te cuento del niño que murió aquí hace tantos años.

Tiene tu cara.

. . . y ahora si que somos inmortales.

viernes, 3 de julio de 2009

Las meras ganas

¿Qué es?

Hace días que tengo una duda contenida. Quiero gritarla y sé que nadie, absolutamente nadie está dispuesto a escucharla.
Porque la realidad es esta. Porque soy tan mierda como todo lo que critico. Porque tengo los cojones de un eunuco. Porque he perdido toda fuerza. Porque si te lo digo te caes. Porque crees que soy grande.

Tan pequeña, tan insignificante.

No hay nada peor que las quejas de una clase-mediera.

Lamentos mediocres para pensamientos mediocres.

jueves, 2 de julio de 2009

Lluvias

La lluvia caía densa, como un baile lento que no has querido presenciar. La lluvia siempre me ha gustado, claro, pero disfrutarla es una decisión, no una constante, y a decir verdad, si me pongo a pensar en alguna constante; sería quizá la muerte.
Caminaba tan a aprisa llena de valijas que me era simplemente imposible disfrutar, cerrar los ojos y sentir la lluvia colarse por mi ropa. Lo que yo tenía era mucho frío y preocupación porque una de mis valijas había quedado olvidada sabrá Dios dónde. Lo único a lo que atiné fue a volver sobre mis pasos – cosa no por mucho sencilla, ya que mis pasos estaban ahogados entre charcos y coches- y así llegue hasta esa esquina tan conocida en la ciudad. No porque fuese la más linda, tampoco la más tranquila ni pintoresca, es solo esa sensación o presentimiento de que si un día pudieses tomar la fotografía de tu ciudad para una postal o algo parecido, bueno, en ese caso yo la tomaría a esa esquina. Y poco tiene de grandioso, puestos de revistas, banco, un parque. Ahora que lo digo así quizá si sea grandioso. En fin, llegué a esta esquina y ahí lo vi a él. Tenía un gran sombrero y una chamarra con los cuales –o al menos eso quise pensar- se protegía de la lluvia. “Locos de pueblo” Cada lugar tiene los suyos. Cuando he ido a otros lugares, cual magnetismo, sin excepción, se acercan. ¿Por qué? No sé si quiero encontrar la respuesta a esta pregunta. Pero la pregunta la lanzo, constante, ¿Por qué? - será también que esa respuesta se envuelve en la pregunta y la pregunta la tengo en la punta de la lengua-.Los coches comenzaron a hacer sonar el claxon, al parecer el adquirir un coche implica que usted, como usuario, adquiere también una gran dosis de estupidez bajo las aguas – y bueno eso es solo un decir, bien iría si fuese solo bajo las aguas- y entonces ante pequeñas o grandes tormentas su mano se instaura en el claxon y no hay más que hacer.
Por suerte traía mis botas para la lluvia, así podía desafiar cualquier río urbano –mis botas, ellas eran el desafío- y al cruzar el río de esa esquina llego el ¿Por qué? Claro, se acercó.
-Buenas tardes señorita, buenas tardes, lindo clima-

Yo seguí sin detenerme, pero entonces el desafío me tumbo y mis botas no quisieron avanzar más, tenía todas las ganas del mundo de correr, de no escucharlo –como había escuchado ya a tantos antes- quería solo seguir mi camino, recoger la valija y terminar de una vez por todas con esta jodida tarde.
Y como si le hubiese avisado, me siguió. Generalmente los locos hablan, si acaso eres digno de su mirada espetan algo “dirigido” a ti y ya, pasa, te vas y no queda más. En tu memoria sí. La de ellos, bueno, la de ellos será de ellos y punto.

Aquí es cuando pienso en esa serie de cosas que pasan para vivir tal cosa. Y bueno, el “tal” le da ya un toque de “destino” al asunto. Y claro, lo digo entrecomillado porque es justo entre comillas que habita en mis pensamientos. Claro, esto siempre y por los siglos de los siglos será conocimiento a posteriori. Si pudiera tomar las palabras de ese loco y guardarlas en un frasco soltaría todas mis valijas.

Tomó mi cabeza, cosa que en otra ocasión me hubiese molestado al punto de la exageración y dijo: -tranquila mi niña-.
No fue su mano en el cabello lo que me incomodó, fue que un desconocido, así, con esa naturalidad pudiera ver lo rota que estaba por dentro.
-Así que eres una – y utilizó una de esas palabras con las que se categoriza a la gente de cierta región- que quiere ocultarlo ¿verdad?-
-No, yo no soy de *****-
-Mi niña, pero si se te sale por los dedos-
-Déjeme en paz- y entonces, mis piernas se fueron endureciendo más y más, mi caminado era lento, como el de un anciano, y este hombre, a mi lado sin el menor recato hablando y hablando.
-Si no eres feliz ¿Qué carajos haces?-
-Usted no sabe nada de mi- Claro, el me habla de tu, yo siempre de “usted”.
Porque dar el “tu” es dar el “yo”.
-Tienes razón mi niña-dijo con una sonrisa que aún hoy no puedo borrar de mi memoria, entre sínica y tierna- ¿Qué puedo saber yo? Soy un chiflado de pueblo y nada más.

Lo miré, volví los ojos a esa mirada que no me había soltado en esta eterna cuadra. Tuve ganas de tirarme a llorar, tuve ganas de agradecerle, tuve tantas ganas de escupirle.

Las piernas cobraron movilidad y anduve más de prisa –la valija- me decía – si no eres feliz ¿Qué carajos?, la valija, un chiflado de pueblo- quería arrancarme las orejas para no escuchar mis pensamientos.

Entonces lo vi, a mano izquierda, cruzando la esquina de la funeraria. “Ella si sabe ponerlas” en letras enormes y con esas lacónicas imágenes.

Miré atrás, quise que me atrapara. No, el ya no estaba.
Hasta ese día, considerar la fuerza de mi mano era una burla.