jueves, 29 de julio de 2010

Pedaleos

La creciente llegó. Cruzo el río por el puente medio desquebrajado, de frente, un par de vacas me embisten. Nos vemos directo a los ojos –algo tienen las vacas, será que tienen mirada- pasamos de lado. Seguimos nuestros caminos.

La vereda un tanto enlodada, la tierra de un marrón que se antoja, como chocolate de tierra. Los maizales a media vida. Parece que este campo tiene todos los verdes que existen. Las nubes bajan y acarician los cerros. Las golondrinas frenéticas danzan para despedir al Sol. Los grillos anuncian que la lluvia aún no termina, que solo es un descanso.

Y pareciera que el pedaleo refresca la vida y apacigua los fantasmas.
De regreso las vacas se han trepado a un montecito al lado del río, se hablan en un idioma que solo ellas comprenden.

Me detengo al borde del puente sin barandales. Sujeto la bicicleta como si ésta fuera parte de la tierra. Los árboles estáticos dejan que el río hable. Las olas cantan y unas cuantas van contra corriente.

Pasan dos viejos en bicicleta, voltean al río, no lo preguntan pero sé que quieren saber que veo.

Las olas y el río. Las rocas cantan desde el fondo.

Son bonitas las tardes después de la lluvia en un pueblo bicicletero.


miércoles, 28 de julio de 2010

Casi

Casi olvido por completo el bálsamo que mantuve escondido.

Oculté tan bien las manos que las termitas las devoraron.

Casi llego al final del risco.

Repito en espejo lo que mi lengua ha reposado.

Por ahora me basta con suponer y qué más da si así fuera.

Resplandor del alma. La vibración eterna que conjugan los pájaros. Dónde dejé los astros.

El universo se escurrió por las manos, las termitas. Ellas lo tienen todo ahora. No basta con darlo.

Me basta con gritarlo.

Basta.

Casi consigo olvidar que temblaste en mis manos.