Llegó el momento de volver
en letras a ti. Llegó el momento de dejar las últimas, las que no pudiste ver,
las que quizá imaginabas dibujadas ahí. Sé que lo sabías. Sé que esa tarea me
la encomiendas tú, tú que siempre creíste en mis letras. Tú que te dejaste
arrastrar por ellas y me invitabas a llenarlas de saliva y cantarlas en tu
oído.
Reclamabas mis viajes, reclamabas mi movimiento. Sé que te emocionaba, sé
que viajabas a mi lado. Nos quedó pendiente Oaxaca, me tocó ir sin ti. Me tocó
contártelo entre chocolate y grillos cantando; grillos que ahí comí a tu salud.
Te dibujé las olas en las manos, te acaricié las montañas en los hombros. Te
conté de Celia, la que me dio pescado para desayunar, te conté de las mujeres
que me nombraron “gabacha” y reíste a carcajadas. Los colores, los paisajes, su
penetrante calor, la cama de princesa en que dormí para protegerme de los
zancudos, tu técnica de la camisa al hombro para espantarlos. El olor a sudor
costeño que tenía tu pecho.
El último de mis viajes fue en tu nombre. Sé que me amaste hasta donde te alcanzaron
las manos. Sé que te amo hasta donde ya no llegan mis lágrimas
.
Despedirse, ¿ de quién he de despedirme?. Tu voz aún suena en mis oídos, tu
risa aún llena mi casa. El tío Antonino nos dobla de risa, nos dobla porque
cada que me doblo me doblo contigo.
Querías volver a ella. A tu tierra y a tu mujer. Soñabas con soñarla, querías
mensajes del más allá, querías más allá de su vida, más allá de su muerte, más
allá de su amor. Quisiste tantas cosas.
Recorriste el mundo entero entre
letras, me describías ciudades perdidas con una exactitud maravillosa. Mis
primeros embates al mundo fueron de tu mano y es tu mano la que ahora guía la
mía, para hacer honor a esa vida que tanto fue tuya como mía.