La lluvia caía densa, como un baile lento que no has querido presenciar. La lluvia siempre me ha gustado, claro, pero disfrutarla es una decisión, no una constante, y a decir verdad, si me pongo a pensar en alguna constante; sería quizá la muerte.
Caminaba tan a aprisa llena de valijas que me era simplemente imposible disfrutar, cerrar los ojos y sentir la lluvia colarse por mi ropa. Lo que yo tenía era mucho frío y preocupación porque una de mis valijas había quedado olvidada sabrá Dios dónde. Lo único a lo que atiné fue a volver sobre mis pasos – cosa no por mucho sencilla, ya que mis pasos estaban ahogados entre charcos y coches- y así llegue hasta esa esquina tan conocida en la ciudad. No porque fuese la más linda, tampoco la más tranquila ni pintoresca, es solo esa sensación o presentimiento de que si un día pudieses tomar la fotografía de tu ciudad para una postal o algo parecido, bueno, en ese caso yo la tomaría a esa esquina. Y poco tiene de grandioso, puestos de revistas, banco, un parque. Ahora que lo digo así quizá si sea grandioso. En fin, llegué a esta esquina y ahí lo vi a él. Tenía un gran sombrero y una chamarra con los cuales –o al menos eso quise pensar- se protegía de la lluvia. “Locos de pueblo” Cada lugar tiene los suyos. Cuando he ido a otros lugares, cual magnetismo, sin excepción, se acercan. ¿Por qué? No sé si quiero encontrar la respuesta a esta pregunta. Pero la pregunta la lanzo, constante, ¿Por qué? - será también que esa respuesta se envuelve en la pregunta y la pregunta la tengo en la punta de la lengua-.Los coches comenzaron a hacer sonar el claxon, al parecer el adquirir un coche implica que usted, como usuario, adquiere también una gran dosis de estupidez bajo las aguas – y bueno eso es solo un decir, bien iría si fuese solo bajo las aguas- y entonces ante pequeñas o grandes tormentas su mano se instaura en el claxon y no hay más que hacer.
Por suerte traía mis botas para la lluvia, así podía desafiar cualquier río urbano –mis botas, ellas eran el desafío- y al cruzar el río de esa esquina llego el ¿Por qué? Claro, se acercó.
-Buenas tardes señorita, buenas tardes, lindo clima-
Yo seguí sin detenerme, pero entonces el desafío me tumbo y mis botas no quisieron avanzar más, tenía todas las ganas del mundo de correr, de no escucharlo –como había escuchado ya a tantos antes- quería solo seguir mi camino, recoger la valija y terminar de una vez por todas con esta jodida tarde.
Y como si le hubiese avisado, me siguió. Generalmente los locos hablan, si acaso eres digno de su mirada espetan algo “dirigido” a ti y ya, pasa, te vas y no queda más. En tu memoria sí. La de ellos, bueno, la de ellos será de ellos y punto.
Aquí es cuando pienso en esa serie de cosas que pasan para vivir tal cosa. Y bueno, el “tal” le da ya un toque de “destino” al asunto. Y claro, lo digo entrecomillado porque es justo entre comillas que habita en mis pensamientos. Claro, esto siempre y por los siglos de los siglos será conocimiento a posteriori. Si pudiera tomar las palabras de ese loco y guardarlas en un frasco soltaría todas mis valijas.
Tomó mi cabeza, cosa que en otra ocasión me hubiese molestado al punto de la exageración y dijo: -tranquila mi niña-.
No fue su mano en el cabello lo que me incomodó, fue que un desconocido, así, con esa naturalidad pudiera ver lo rota que estaba por dentro.
-Así que eres una – y utilizó una de esas palabras con las que se categoriza a la gente de cierta región- que quiere ocultarlo ¿verdad?-
-No, yo no soy de *****-
-Mi niña, pero si se te sale por los dedos-
-Déjeme en paz- y entonces, mis piernas se fueron endureciendo más y más, mi caminado era lento, como el de un anciano, y este hombre, a mi lado sin el menor recato hablando y hablando.
-Si no eres feliz ¿Qué carajos haces?-
-Usted no sabe nada de mi- Claro, el me habla de tu, yo siempre de “usted”.
Porque dar el “tu” es dar el “yo”.
-Tienes razón mi niña-dijo con una sonrisa que aún hoy no puedo borrar de mi memoria, entre sínica y tierna- ¿Qué puedo saber yo? Soy un chiflado de pueblo y nada más.
Lo miré, volví los ojos a esa mirada que no me había soltado en esta eterna cuadra. Tuve ganas de tirarme a llorar, tuve ganas de agradecerle, tuve tantas ganas de escupirle.
Las piernas cobraron movilidad y anduve más de prisa –la valija- me decía – si no eres feliz ¿Qué carajos?, la valija, un chiflado de pueblo- quería arrancarme las orejas para no escuchar mis pensamientos.
Entonces lo vi, a mano izquierda, cruzando la esquina de la funeraria. “Ella si sabe ponerlas” en letras enormes y con esas lacónicas imágenes.
Miré atrás, quise que me atrapara. No, el ya no estaba.
Hasta ese día, considerar la fuerza de mi mano era una burla.
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