Los rostros impávidos ante la miseria. Algo languidece dentro, no, no es tristeza.
Caminan rozando sus sexos hambrientos de faltas. Celebran ebrios de voluptuosidad la fiesta de la carne. Se toman, se dejan. Todo lo que se pueda tocar, todo lo que se pueda penetrar. Ya importa menos que nada si se es o si se parece. Lo importante es eso, parecer ser, creer ser. Marcan los pasos zigzagueantes entre los restos de la noche que degollaron con los muslos. Se sabían frenéticos de esa carne que imaginaban bajo los vestidos, el sexo endurecido entre dolosos bailes.
Juegan a la cercanía y son estériles de hambre. Se toman por detrás como perros en celo, se dicen todo lo que prometieron guardar para los tiempos del buen cortejo.
Mujeres y hombres desnudos embisten la noche como la primera de todas las noches. Se saben lejanos, se saben ácidos.
Son esos que creyeron desnudar, son esos que creyeron follar. Se tocaron, desnudaron los muslos y jugaron a estar.
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