domingo, 16 de agosto de 2009

Cicuta

Son las 14:07 horas. Voy camino a ese lugar que no quieres nombrar. Pasó el mareo. Se ha estabilizado el avión.
Prefiero el despeje y el aterrizaje, me fascina ese mareo. Así se siente cuando estoy a punto de decir lo que de antemano sabes.

No me gusta que digas su nombre, no quiero que lo recuerdes. El tampoco fue.

Trata de estacionarte en mi ciudad, no hay esquinas.

En la servilleta perfectamente doblada, junto a los cacahuates y el agua mineral (La señora de al lado voltea “a ver las nubes” pero sé que está leyendo lo que es nada más para ti).

…. Tengo una lista de razones por las cuales no estar:

- No es tiempo ( como si existiese tal cosa)
- Nos conocemos demasiado (lo suficiente para negarlo).
- No te quiero lastimar (o mejor dicho, no podría soportar que me hirieses).
- Porque lo nuestro es una sinfonía, violines y chelo.

Eres un acetato que no podría escuchar a diario, eres ese sonido suave que acompaña el primer minuto de la mañana, estirarlo sería convertirnos en ruido.

-¿Te cortaste el cabello?- preguntaste viendo mi cuello.
-No, es que hoy me peiné- te dije tratando de ocultar la vergüenza. ¿Vergüenza de que?

Somos tramposos, cuando digo “ustedes” gritando “tu” entre líneas. Cuando dices “todas” y enciendes el cigarro.

Porque podemos hablar de todas nuestras muertes, de la mierda, de lo etéreo. Ni un abrazo más de lo necesario, justamente lo necesario. Para que la piel sea frontera, para que no me desborde en un beso.

Con el pie como papalote, me sujeto.

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