lunes, 10 de mayo de 2010

Un teatro montado sobre mi cuello, ahí es donde hacen eco sus voces y entonces intento pronunciar la mía. No la escucho, los escucho a ellos, escucho los violines, el cello. Son un montón de capas que recubren los pensamientos –no hay pensamientos sin la voz- No escucho mi voz, la perdí, están los violines, me llevan a las luces, el gigante abraza el árbol y llora en su tronco, luego lo abraza enamorado. El gigante, el árbol, el gigante, el árbol. Esa casa me está hablando, se está burlando de mí, me están observando, quiero las sombras para dejarme ahí. Quiero la sombra de mi no voz, de los violines. Me señala con el dedo, desde la esquina, yo estoy escondida en la escalera de caracol, soy invisible, me lleno los ojos de sus luces. El me observa, no tiene rostro, dobla la esquina y crea otra dimensión, se pierde su silueta. Me asusto y siento como se entumen los pies. Aparece de nuevo, las luces siguen parpadeando, se burlan de mí. Sin voz no hay palabras, sin palabras no hay ideas, estoy al fin aquí llena de música, sin pensamientos.

¿Cómo pude escribir esto? Sabía que no recordaría lo que decía el gigante, no quería tratar de recordarlo, no corrí hacia la libreta, me quedé ahí, escuchando los rostros de los gigantes con pañuelos, en su reunión de sombras. Me quedé en la punta de la escalera, con la noche jugando en mi cabeza.

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