Helo aquí, se presenta con otra cara, con otro cuerpo, es al final de cuentas eso que no tengo.
Y se sostiene en el silencio, en la distancia, en la suculenta posibilidad. Se baña en ella, tiene todos los olores que recuerdo, tiene todas las espinas que aún no saboreo.
Una mirada partida en dos, a través de unos minúsculos ratones explota sin voz.
Y es eso que tú fuiste alguna vez, es eso que se perdió en el camino, es todos los nombres y ninguno.
Porque hasta el momento no ha sido bautizado, es un extraño con cara de conocido, un lienzo listo para ser embrutecido, para que lo corrompa y lo llene de toda la mierda que traigo dentro.
Y aquí estoy, lista, ansiosa de escupir todo lo que no puedo decirme en silencio, porque entonces tu serás el eco, porque entonces te montaré en el pedestal que tengo bien guardado, por donde todos han desfilado.
La habitación está sola, lo sé, pero me ahogo con los humores, son asquerosos, todas las gotas que quedaron en el piso, me las tragué una a una, la sal de las bestias, esas que juegan con mis cabellos, esas que se creen dueñas de mis párpados.
Ninguna.
Y escribo viendo mis uñas, porque ellas saben clavarse bien en las pieles, porque juntas haremos un vestido de toda la carne que ha sido arrebatada, porque se vestirán de gala para nuestra noche, esa que no llegará en un par de años.
Cuando descubras ese hueco y veas tú cara, la del otro, cuando te bañes en mis promesas.
No habrá tonos, danzaré en do menor, y si gustas puedes quedarte quieto, si te mueves arruinarás todo, porque la lengua se ha cortado, porque mis dientes son ahora un collar de la vieja bruja que me dio a probar.
He comenzado a escribir sin marearme, porque no hay luz más nefasta que la de está máquina, y soy un parásito que no se atreve a teclear con fuerza, porque sé que cuando Olivetti llegue no podré dar flecha atrás y entonces si, las palabras serán paridas como la sangre que se derrama día a día por nuestras cañerías, todos los hijos que pudimos tener juntos, todas los escuálidos filhos da puta que seguro morderían nuestros hombros, todos los bastardos que echamos a las supuestas aguas negras, con tanta jodida sangre son rojas, y apestan a escoria, la inmundicia humana tragándose la tierra, penetrando el mar.
No, nada de eso me importa, nada de eso me toca.
Ese es justo el filamento que no alcanzas a ver, el que me recorre de cabeza a rodilla, el que se escurre por mi pantorrilla.
Nada, absolutamente nada tiene nombre, el espacio vacío dónde te postras por dos semanas es eso, un espacio y ya.
No eres, no pesas, no sabes, no hueles.
El olor de tu carne es lo único que me importa, y así te morderé y entonces serás.
Eres ahí justo, debajo de esa piel tan estorbosa.
Y yo podré saborearte como eso, un pedazo de hombre, que se escurre por mi garganta, que enrojece mis ojos al masticar, porque eres ácido como tus restos, porque aún dentro, eres tan insignificante que te podré vomitar.
Y se sostiene en el silencio, en la distancia, en la suculenta posibilidad. Se baña en ella, tiene todos los olores que recuerdo, tiene todas las espinas que aún no saboreo.
Una mirada partida en dos, a través de unos minúsculos ratones explota sin voz.
Y es eso que tú fuiste alguna vez, es eso que se perdió en el camino, es todos los nombres y ninguno.
Porque hasta el momento no ha sido bautizado, es un extraño con cara de conocido, un lienzo listo para ser embrutecido, para que lo corrompa y lo llene de toda la mierda que traigo dentro.
Y aquí estoy, lista, ansiosa de escupir todo lo que no puedo decirme en silencio, porque entonces tu serás el eco, porque entonces te montaré en el pedestal que tengo bien guardado, por donde todos han desfilado.
La habitación está sola, lo sé, pero me ahogo con los humores, son asquerosos, todas las gotas que quedaron en el piso, me las tragué una a una, la sal de las bestias, esas que juegan con mis cabellos, esas que se creen dueñas de mis párpados.
Ninguna.
Y escribo viendo mis uñas, porque ellas saben clavarse bien en las pieles, porque juntas haremos un vestido de toda la carne que ha sido arrebatada, porque se vestirán de gala para nuestra noche, esa que no llegará en un par de años.
Cuando descubras ese hueco y veas tú cara, la del otro, cuando te bañes en mis promesas.
No habrá tonos, danzaré en do menor, y si gustas puedes quedarte quieto, si te mueves arruinarás todo, porque la lengua se ha cortado, porque mis dientes son ahora un collar de la vieja bruja que me dio a probar.
He comenzado a escribir sin marearme, porque no hay luz más nefasta que la de está máquina, y soy un parásito que no se atreve a teclear con fuerza, porque sé que cuando Olivetti llegue no podré dar flecha atrás y entonces si, las palabras serán paridas como la sangre que se derrama día a día por nuestras cañerías, todos los hijos que pudimos tener juntos, todas los escuálidos filhos da puta que seguro morderían nuestros hombros, todos los bastardos que echamos a las supuestas aguas negras, con tanta jodida sangre son rojas, y apestan a escoria, la inmundicia humana tragándose la tierra, penetrando el mar.
No, nada de eso me importa, nada de eso me toca.
Ese es justo el filamento que no alcanzas a ver, el que me recorre de cabeza a rodilla, el que se escurre por mi pantorrilla.
Nada, absolutamente nada tiene nombre, el espacio vacío dónde te postras por dos semanas es eso, un espacio y ya.
No eres, no pesas, no sabes, no hueles.
El olor de tu carne es lo único que me importa, y así te morderé y entonces serás.
Eres ahí justo, debajo de esa piel tan estorbosa.
Y yo podré saborearte como eso, un pedazo de hombre, que se escurre por mi garganta, que enrojece mis ojos al masticar, porque eres ácido como tus restos, porque aún dentro, eres tan insignificante que te podré vomitar.