miércoles, 5 de noviembre de 2008

No, bien.




Lo conocí una tarde de noviembre, no recuerdo hace cuantos noviembre fue, solo sé que ese se decía el mes. Yo esperaba dejar de contar los coches cuando apareció, me dijo sereno que algo pasaría y que tenía que estar atenta, puse tanta atención que no vi nada.
Al poco tiempo volvió, yo seguía sentada en esa banca esperando que los coches comenzaran a contarme a mi – una muchacha- dirían ellos al pasar, y así sería la “una” de un montón. Esta vez no estaba tan sereno, estaba agitado y sudaba frío – no lo toque, eso fue lo que me dijo-. Lo invité a sentarse, le dije que tenía algo de café todavía para el – sin azúcar que se ensucia- y lo dejé respirar, su manera de respirar era llena de bocanadas redondas, hacía sortijas para que mis dedos las saltaran, o tal vez mis dedos saltaron para encontrar sus argollas.
-Te he dicho que debías estar atenta mujer, te he dicho que debías dejar de contar- Levanté una ceja intentando que alcanzara lo que quedó de mi mollera – Pero si he dejado de contar, he esperado paciente a que algo pase y me puse tan atenta que nada llegó- Rechinó un coche, es como el grito de un neonato gigante, los dos volteamos, los pies volaron, accidentes nada más.
-Comenzaste a contarte, comenzaste a postrarte, de eso no se trataba, pensé que había sido suficientemente claro-. Ahora lo que rechinó fue un grito, se estampó contra un árbol, todo esto era un caso perdido.
Me levanté con la soltura que las damas deben utilizar, le regalé mi última reverencia y caminé.
Ahí venía todo atareado como una locomotora, el motor era lo que le hacía falta, me pidió otro cigarrillo – todos te los he dado- los encontró en su bolsillo y sonrió – vamos, aun quedan un par de cuadras para llegar- algo pasó y mis pies me traicionaron, se congelaron como las fuentes que nos rodeaban, me convertí en piedra y no pude avanzar.
-La quiero ya-. Las cosas deben esperar, -las cosas esperan, pero yo ¡que va!-.
Comienza la sinfónica, se apaga el sol y vamos como en laberinto, no sé si me persigue o yo lo sigo a él. Abre su bolsillo, dice que ahí está lo prometido.
Un cuarteto de cuerdas con patas nos persiguen, no puedo correr porque la risa me dobla, me duele la cara, me duele la barriga, no puedo parar de reír, el se convirtió de pronto en una chimenea con ruedas, y las cuerdas lo persiguen a el, y sus ruedas me siguen a mi y yo solo me enredo entre los árboles, me elevo, llego hasta la cumbre.
De nuevo la banca, el café ya está frío, es tiempo de comenzarlo a beber.
-No, bien veré-. Así lo susurró y se esfumó.

3 comentarios:

Mani dijo...

Cuando sea grande, quiero ser como tu. El NO que frustración cuando deseas todo lo contrario.

RMO dijo...

Cada vez me sorprende mas tu libertad de palabra y la fuerza con las que son arrojadas y leidas, es como una todos tu, tan fuerte y apasionada grandes palabras de una grandisima mujer.. me hiciste sentir tantisimo... GRACIAS!

Anónimo dijo...

...
¿por dónde empiezo a decirte cuánto me gustó?, sería muy vulgar de mi parte desmenuzar tus letras.