Hoy me encontré con esas cosas que solíamos llamar casualidad, las voces que incendiaron nuestras sábanas. Bailé con las mismas sandalias que me calzaste en tu cuello, bailé por toda la cocina esperando que salieras de la estufa, que dejaras de una buena vez tus intentos suicidas y dejaras que yo te matara y luego te trajera a la vida.
Las trompetas salieron de por el patio y yo encantada las seguí a marcha de ganso, no podía verte la cara, por milagro divino te creció el cabello, pasaron no se cuantos años ya.
Ahora mi cara tiene las marcas de todas las carcajadas que embestimos juntos.
Mi ceño lleva todas las mentadas de madre que te aventé por haberte ido así, sin decir “no hay nada que decir”.
Cabello largo como el de entonces, lo peino cada vez menos y el me extraña cada vez más.
He ido a todos los carnavales que me prometiste, no te encontré, no estoy segura si fuiste aquel con el que me perdí en corredor mal oliente, me dijo que donde huele a miados no hay invitados y yo le creí.
¿Te creí?
Debió ser una poción rumana pero ahora tienes larga la mata y hasta puedes hacer una cola con ella, los años te dan lo que a mi me robaron, traidores y enamorados de ti para tenerte así, como un hombre que acaricia el tiempo, nunca lo carga.
Todavía tengo las postales de Italia, las guardé para tu colección, ya están un poco manchadas, el café siempre se corrió.
- Las calles ya no tienen adoquín-
- De asfalto siempre fueron -
- Lo sé…pero extraño el adoquín-
Ahora ya no camino con los pies pegados a la línea amarilla, dejo que se arrastren entre las grietas, porque esta ciudad siempre fue de grietas, jamás adoquín.
Se rompió el cerrojo, al fin entró.
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