lunes, 6 de septiembre de 2010

Los violines anuncian Breathe ,la orquesta se esconde en la cocina. Sin letras la música es el primer lenguaje. El chelo anuncia la entrada. Ropas bajo la mesa. Recostada, las manos caen al vacio interminable que alcanza el suelo. Festín de sus dientes, la voz se ha fugado. Los ojos suplican que la devore entera. Que no deje rastro de lo que fue piel, de lo que fue carne. Que desgarre incisivo, sin piedad. Que mastique hasta el último trozo de lo que recorre el mantel. Los ojos abiertos, la boca apenas si se cierra. Los labios tiemblan. Las piernas también.

El recorre con los dedos su rostro, dibuja labios sobre la boca, hunde el índice en su garganta, Schubert se apodera de las paredes, recorre sus brazos, su vientre. Decide abandonar el comedor, se sienta en el sillón marrón. La observa. Los senos caen suaves, con la cadencia temprana de lo que aún no es sino más que un campo forastero. Disfruta verla tendida ahí, temblando las ganas de morir.

Una lágrima se escapa hasta el cabello. El voltea a la ventana, los pájaros comienzan la danza frenética que anuncia la partida del sol. Sus cuerpos cambian de color, son ocres, desierto en medio de la ciudad.
Su cuerpo asemeja las dunas por explorar.

El abre la boca para simular palabras que ella no es capaz de escuchar. Las ganas se escurren por los muslos. Él.

La violencia de los violines lo mimetiza con el sillón. Ha desaparecido. Ella. Ella reposa en el comedor, la cena que se enfría al calor del después.

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