jueves, 23 de septiembre de 2010

Vi. Bien. Viento.

A veces se me olvida el truco que llevan los llamados opuestos. Esa línea que los enreda y los hace más cercanos de lo que creemos. La prisa esconde una calma tan profunda que pareciera inimaginable. La idea constante es solo un velo que cubre todo aquello que se encuentra por debajo de los nombres. El cuerpo lleva hasta ese lugar que se alcanza en repetición. Tranquilidad. Han sido dichas tantas cosas que olvido el por qué de llegar ahí. La espalda en voluntad. El vientre responde sin dudar. La leche fría –como cuando era niña- en tragos lentos.

No tengo prisa. Olvidé que alguien más me dijo que debía apurarme. Hoy doy un paso, hoy bebo agua y vuelvo a llenar de flores la sala. Macaria me observa desde la cama. Me cuida. Me aguarda.

Tan cercano, tan al alcance de mi mano que olvido que está. Lo que se tiene frente a los ojos –aún no sé cuales- se pierde a la vista. Es necesario abrir el cinito y ver por ese otro que guardo en lo cotidiano. Que mi memoria sea de una sed pausada, una sed que repita la calma. Que distinga sus pasos.

Mi cabello baila a voluntad propia, tan fragmentada que me siento entera. Los brazos, las piernas, el abdomen, el rostro, los dedos, las rodillas – esas que crujían-. No tengo miedo. Respiro. Recuerdo, solo basta tomarme –si, tomar.me- y vuelvo aquí.

Dejé de devorarme. Me llevo dentro.

1 comentario:

ah, sí dijo...

para que conducir tan endiabladamente rápido rebasando todo, si al fin no tienes LA urgencia