Busco en imágenes aparentemente aisladas la respuesta, escarbo en mi tierra, no encuentro la raíz, parece un mapa a medias, flechas entre cortadas.
La soga envuelve el cuello, la mano tira la soga, la mano es movimiento, el movimiento es la idea, la idea es mi ausencia.
Reconozco bajo la capucha al verdugo, es mi rostro, tiemblo, aprieto los labios e intento que me vea, para que no tire la cuerda, para que la piedad llegue a sus ojos enfurecidos de indiferencia. Me soy espantosamente indiferente. Igual me da un revolver, dos palmadas o una guillotina. El punto de todo es el sonido de mi cabeza rodando a mis pies.
Puedo verme con los ojos casi blancos de presencia, la colérica evidencia de lo irrefutable.
-Mi cabeza rodará por mis pies, mi sangra mojará mis dedos- Radiante imagen del cese, como el pasto por la mañana, templado, mojado, silencioso.
Un estirón y bastaría para terminar con todo esto. Para iniciar la fusión, para seducir el respiro. ¿Qué mejor manera de hacerlo que apartarlo?
Volteo hacia un lado, ahí están mis ojos, rojos de violenta desesperación. No me veo, soy otra, no me reconozco, quiero tirar la cuerda, quiero que ruede la cabeza, hacha, pluma, no importa ya.
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