Se abre una ventana, es un azul sin línea final, hay un punto que se cruza con el cielo, otro que se confunde con la tierra, azul es el nombre de lo que se agita.
Flotando sobre otro mundo, con montañas en el fondo, gigantes pepinos y toreros de sangre roja. Don Salomón es uno más de los habitantes del infinito gigante.
Todo comenzó la mañana en que la madre de Salomón le dijo que era momento de que el buscara su comida, que ya había hecho ella suficiente y ahora era tiempo de alimentar a sus hermanos. No llegó tan lejos, esa misma tarde un hambriento pescador la atrapó y la madre de Salomón terminó en la panza de Matías, mismo que esa mañana acababa de cortar su primer guayaba, ya era “lo suficientemente grandecito pá treparse al árbol y agarrarlas solito”, su mamá se lo había dicho mientras preparaba las verduras pál pescado que traería el viejo.
Salomón estaba hurgando en unas algas cuando le dieron la noticia, no pudo llorar, con tanta agua alrededor es difícil hacerlo.
La superficie es tentadora, la luz, los colores, como otro mundo, o el borde de su universo. Esa mañana había pepinos marinos por todos lados, era una danza de ballenas en un trozo de pacífico, Salomón se sentía emocionado, veía como esas gigantonas iban de un lado a otro cantando y echando chispas de agua por el lomo, y el se dijo – No es necesario que sea un pepino para poder hacer lo que ellas hacen, yo también puedo saltar, yo también cantaré, abriré un hoyo en mi lomo y bufaré a su lado, seré gigante- Salomón buscó por todo el océano algo con que hacerse su hueco en el lomo para bufar con sus nuevas mentoras, no había nada, incluso pidió ayuda a un pez espada – nomás el nombre- se dijo.
Y fue ahí cuando llegó la emoción, a lo lejos, en el borde dónde se confundían los colores lo vio, era hermoso y brillante, delgado y seductor, parecía perfecto para su operación. Salomón pegó carrera y nadó como si nunca en su vida lo hubiese hecho, como si cada escama fuese nueva, como si no hubiera mañana.
Abrió la boca para gritar de felicidad y en ese justo momento llegó, no hubo hueco en su lomo, ni siquiera lo tocó. Fue un segundo en que sintió como su mejilla era atravesada y jalada sin piedad. Don Salomón estaba confundido, no entendía porque ahora lo nadaban a la nada, le dolía, pero llegó a tal grado que dejó de sentirlo. Fueron unos segundos densos y largos, al inicio movía su cola para escapar, luego se dejó llevar.
Un golpe de aire, un sofoque infernal, eso había sentido su madre, eso había visto en su pesadilla secreta, ahora se retorcía en algo sin agua, quería saltar, sabía que atrás de esa madera estaba su vida de nuevo, no hubo tiempo, el aire llegó como lava a la Pompeya. Adiós mi buen Salomón.
El gigante enmudeció.
Flotando sobre otro mundo, con montañas en el fondo, gigantes pepinos y toreros de sangre roja. Don Salomón es uno más de los habitantes del infinito gigante.
Todo comenzó la mañana en que la madre de Salomón le dijo que era momento de que el buscara su comida, que ya había hecho ella suficiente y ahora era tiempo de alimentar a sus hermanos. No llegó tan lejos, esa misma tarde un hambriento pescador la atrapó y la madre de Salomón terminó en la panza de Matías, mismo que esa mañana acababa de cortar su primer guayaba, ya era “lo suficientemente grandecito pá treparse al árbol y agarrarlas solito”, su mamá se lo había dicho mientras preparaba las verduras pál pescado que traería el viejo.
Salomón estaba hurgando en unas algas cuando le dieron la noticia, no pudo llorar, con tanta agua alrededor es difícil hacerlo.
La superficie es tentadora, la luz, los colores, como otro mundo, o el borde de su universo. Esa mañana había pepinos marinos por todos lados, era una danza de ballenas en un trozo de pacífico, Salomón se sentía emocionado, veía como esas gigantonas iban de un lado a otro cantando y echando chispas de agua por el lomo, y el se dijo – No es necesario que sea un pepino para poder hacer lo que ellas hacen, yo también puedo saltar, yo también cantaré, abriré un hoyo en mi lomo y bufaré a su lado, seré gigante- Salomón buscó por todo el océano algo con que hacerse su hueco en el lomo para bufar con sus nuevas mentoras, no había nada, incluso pidió ayuda a un pez espada – nomás el nombre- se dijo.
Y fue ahí cuando llegó la emoción, a lo lejos, en el borde dónde se confundían los colores lo vio, era hermoso y brillante, delgado y seductor, parecía perfecto para su operación. Salomón pegó carrera y nadó como si nunca en su vida lo hubiese hecho, como si cada escama fuese nueva, como si no hubiera mañana.
Abrió la boca para gritar de felicidad y en ese justo momento llegó, no hubo hueco en su lomo, ni siquiera lo tocó. Fue un segundo en que sintió como su mejilla era atravesada y jalada sin piedad. Don Salomón estaba confundido, no entendía porque ahora lo nadaban a la nada, le dolía, pero llegó a tal grado que dejó de sentirlo. Fueron unos segundos densos y largos, al inicio movía su cola para escapar, luego se dejó llevar.
Un golpe de aire, un sofoque infernal, eso había sentido su madre, eso había visto en su pesadilla secreta, ahora se retorcía en algo sin agua, quería saltar, sabía que atrás de esa madera estaba su vida de nuevo, no hubo tiempo, el aire llegó como lava a la Pompeya. Adiós mi buen Salomón.
El gigante enmudeció.
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