La mañana me anunció lo que buscaría mas tarde. Lo real, los pelos bien quitados de la lengua. Comencé por lavarla, para saber si era cierto, para verla así, fuera y seca. Y justo en eso momento me devolví, salí dentro de mi boca y exploté el hueco.
Hay momentos en los que uno necesita dejar la metáfora, la palabra y tocar lo real, la entraña.
Porque solo la entraña muestra lo que existe, el vómito caliente de nuestra pesadez, de la mía carajo.
Así como todavía puedo saborearme lo que he devuelto al mundo, puedo saborearme también tu olor, la traigo aquí en la puntita de la nariz y mientras más la huelo más nausea me da.
Estoy haciendo eso que digo que no hay que hacer, y es que digo tantas estupideces a veces, que luego regresan y me abofetean.
Disfrutar lo que se vive, no pensar. Carajo yo siempre pienso, todo el tiempo estoy pensando y no por eso soy inconsecuente con mis palabras.
Así me tomo, con todas esas contradicciones entre las que nado, con Ra y Satanás, bailo entre sus piernas, me acuesto con los dos. Y me despierto sola, sola conmigo, hay veces en que preferiría una multitud en las sábanas para dejar de sentir mi piel y perderme en otras.
Hace tanto que lo dije… “no fuimos para estar, no somos para amar”. Me cito y me burlo, que idioteces puedo llegar a decir.
Y lo es porque puede ser para él, para el, o para ti. Para todos puede ser esto, para mí al final de cuentas.
La luz baja, estoy sentada en esta mesa verde, redonda, llena de cartas, sin ninguna ficha. Hace rato que te has levantado, y yo sigo aquí, viendo las cartas.
Pusimos la mesa, abriste tus cartas, yo mostré las mías.
Jugamos con las cartas expuestas, sin trucos, sin engaños.
De inicio sabía que tu mano era mejor que la mía y aún así aposté todo, o casi todo.
No te aposte nada.
Me aposté a mi y por mi iría al infierno y me traería de la mano mil veces.
Y lo que digo lo digo bien encabronada. Y no estoy encabronada contigo. Y no es necesario que te lo explique.
Estoy así conmigo, porque sé que lo que hago lo hago por mi, y que me reviento las entrañas con esta pesadez que cargo desde el día en que comencé a ver mis pasos, a sentirlos.
No puedo ya consolarme, he perdido la avidez de la autocompasión.
Y hoy la quiero, quiero tomarme fuerte entre mis brazos, besarme y decirme: “pobre, pobre de ti”. Y me doblo de risa, porque eso no soy yo, porque no puedo ni podré ser así jamás. Y si, aviento un “jamás” y lo hago porque hoy me lo aviento a mí. Sentencias para el verdugo.
Y en automático se me revuelve el estómago y eso si que me encabrona. Porque no hay cosa que deteste más que vomitar, bueno quizá si.
Dos veces van que no soporto más y me vomito a mi, salgo dentro de mi boca y estoy expuesta, la vasca en su pura esencia. Yo.
Y no quito nada, no quito ni un segundo de lo que estuve, no quito ni una palabra que dije, todas las dije con su peso, todas las dije honestas. Y escuché de la misma manera.
He ahí el núcleo de toda esta jaqueca, que lo sigo sosteniendo, que iría de nuevo al fondo del fondo de lo que ya no sabes más.
En espejo nos tratamos, ¿que pasa cuando ese espejo se rompe, cuando cae al suelo?
He de buscar otro, quizá no tenga rostro, quizá sea blanco, grande, frío.
Y gritaré hasta que tiemble la tierra, gritaré hasta que me trague la lengua, escupiré todo, no tendré compasión, no comprenderé nada.
No es mío.
Lo mío lo mastico yo y para eso no te necesito.
Estira la cuerda hasta que se rompa. La prefiero en pedazos que jugando a ser una sola, queda disfrazada en deidad.
Por favor, no trates de entender esto, solo hazme ese favor, porque esto no es para ti, ni para el, ni para ella, ni para nadie. Nunca lo ha sido. Si quieres, tómalo, aduéñatelo, son palabras y ya.
Esta mandíbula con memoria, esta quijada que grita es la que me lleva aquí. No puedo negarme, no puedo ocultarme y si lo intento aparezco como un cadáver recostado en la espalda.
Esta acidez en la traquea no creo que la quieras, esta quijada trabada no imagino que la puedas soportar. Así que deja de lado tus comprensiones y vuélvete a mi lado grita junto a mi, si quieres tragamos nuestras entrañas, dudo que sepamos a lo mismo.
Lloverán gargantas.
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