domingo, 31 de agosto de 2008

La Jungla



Solo se necesita una pequeña valija, hagamos un recuento.
Par de botas. Listo.
Un vestidos. Listo. La mascada. Listo.
Hacer de tripas corazón. No tan listo.
Hace tiempo escuché en sus manos retorcidas los pasos huecos hacia la jungla. No había nada, se sabía distante de si, volteaba a verse y no se reconocía, mujer a medias, mujer sin eco.
Y ahora veo los tuyos, unos ojos casi cristalinos, me pareces una muñeca cómo con las que jugaba en la casa de los sueños. Esas muñecas inmóviles, rígidas, que no eran para jugar, eran para adornar.
Se me van las palabras, las miradas, no sé que decir, no sé ni como callar.
Su cuello echado para un costado, las manos torcidas hasta la deformidad, los hombros sin fuerza, la mirada vacía. Y cuando tomó forma fue con una oleada de furia, furia en el llanto, gritaba con lágrimas, que me lleven, yo no quiero irme. No hay fuerza ni para eso.
De repente las veo a las dos, tú tras de ella, puedo escuchar los tambores a lo lejos, salen de entre los matorrales, más títeres sin cuerdas, todos caminando hacia la nada, esa nada que solo entre ustedes conocen. Y yo soy un espectador, no te mentiré, he pasado por ahí, pero los tambores jamás me alienaron como lo hacen con ellos, como quizá lo hacen contigo; yo no tuve la fuerza para dejarme danzar. Tu baile macabro me congela la voz, soy un espectador sin lengua. Y tu danza es cada vez más fuerte, cada vez con menos gente, menos para mi, el mundo entero para ti.
El rostro es el mismo, la mirada no la encuentro.
Las torcidas manos te están jalando, y aquí viene el escalofrío, no puedo moverme, no puedo salir de mi escondite, si lo hago entonces si desaparecerás para siempre y no podré ni siquiera ser testigo de tu mutación. No sé que sería peor, gritar para que me expulses, o quedarme cual infértil testigo de espasmos ajenos.
Mira tus brazos, son como raíces que devoran el asfalto, yo solo veo como se desmorona el asfalto, y trato de brincar entre los pedazos, para que no te des cuenta de que se ha fragmentado, para que veas que aun puedo caminar sobre el.
Equilibrista de tus silencios, iré despacio entre la cuerda de tus cristalinos ojos, sé que todavía sientes uno que otro paso. Brincaré fuerte para que te tiemblen los míos.
Esos jodidos tambores que no paran, los escuchas aún, lo sé, tus dedos ya comenzaron a mutar.

¿Aún me ves? Dime en secreto si lo prefieres, no le contaré a nadie, lo juro por tu Dios.

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