martes, 16 de septiembre de 2008

Esporas




Mis manos también son grandes. Mi cabello también es oscuro. Justo cuando voy a saltar por la ventana se postra, fiel compañero de tardes. No tiene que hacer nada, solo detenerse por un instante, y entonces gritaré en silencio. Mis ojos bien abiertos, grandes como tus miedos. Los colores vuelan a su lado, en nuestro día se fue a quedar. Me arrojaste por un escusado lleno de excusas, se abrió la cama y ahí caí yo. Hoy el ventarrón anunció, mis sueños me perseguían, tu rostro arrancándome a tirones la espalda. Ella se queda, ella es tuya, tu eres de ella, le perteneces, son uno solo. Mis ojos grandes no bastaron, mis piernas fuertes te cansaron. Su boca bien cerrada, la mía gigante tragando toda la añoranza que dejaste. Hay tardes que propician el recuerdo, pero lo tuyo es una avalancha, me llevó y estoy aquí, tirada en el medio de la calle, ya ni siquiera hay lágrimas que puedan ayudar. –Suficientes cicatrices- dije alguna vez. De esas que ves y no te duelen, de esas que recuerdan cuando ardió.
Firmas con su rostro y destruyes mi nombre. Soy un extraño que rondó entre tus memorias, hoy es un buen día para morir, todos lo son.
Sé que pudo haber sido una casualidad, quizá ni recuerdes que día es el que te digo, y quizá eso sea un tanto peor, porque desde anoche he soñado con los fuegos que encendieron nuestras frentes, una casetera en repetición, y yo ya dejé de saber si lo que quiero es la película o solo tirarme en el sillón. Tengo una caja lista para explotar, todos tus nombres, todos tus cuerpos, todos tus olores. Salto de mi balcón y corro entre las piedras, mis pies se destrozan pero mitigan otros dolores. No quiero zapatos, quiero tierra y cristales, que mitigue, que calme.
Tenías pavor de que esto pasara, pues pasó. Hoy te vas, buen día para callar.

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